
Eugenia Muchnik Ph.D. en Economía Universidad de Minnesota, Fundación Chile
Estamos encandilados y encantados con el nuevo boom que parece estar experimentando el sector frutícola, a juzgar por el rápido crecimiento de que habla la prensa y los reportajes acerca de nuevas plantaciones de cerezos y de arándanos, que siguen el paso victorioso de los paltos que decoran desde hace ya algún tiempo los sinuosos faldeos costeros de la zona central. Por otra parte, funcionarios públicos y dirigentes gremiales hablan, con satisfacción, de sus exitosas negociaciones comerciales que han permitido ir derrumbando las barreras con que se protegen los competidores en el hemisferio norte. Todo bien, pero ojo, algunos indicadores señalan la conveniencia de evaluar en mayor profundidad, y con cautela, las fortalezas y debilidades del sector y la estrategia y políticas a implementar para mantener con solidez los triunfos alcanzados. Desde luego, es preocupante el muy bajo incremento que ha experimentado el volumen físico global de fruta exportada en los últimos dos años. Y es que la base de las exportaciones frutícolas no son los paltos ni las cerezas ni los berries. Son la uva, las manzanas, las peras y los carozos, cuyo crecimiento parece estar muy lento. ¿A qué se debe este fenómeno, si en el país las plantaciones de frutales no superan las 300 mil hectáreas?
Agreguemos a lo anterior el apoyo que se le ha dado al sector con los programas de incentivos a las obras de riego intraprediales, a la capacitación y difusión de las Buenas Prácticas Agrícolas, a la aplicación de competencias laborales en el campo y en packings y a la difusión de las tecnologías de la información y comunicación en el sector. La información y análisis disponibles del sector son escuálidos, no comparables con lo que se dispone para otros sectores de la economía. Creo que detrás del entusiasmo hay pocas cifras, lo que evidencia una gran cojera del sector. Esto pese a que la fruta ocupa una posición importante en las exportaciones chilenas. Y sin buena información, no podemos tener diagnósticos adecuados, se retrasan las decisiones de inversión, no se aplican bien las herramientas de fomento y de innovación, y las virtudes de la economía de mercado se jibarizan. Para aquellos lectores que están ajenos a las estadísticas, qué les parece si les comento que aunque sabemos cuántas hectáreas hay plantadas con las diversas especies y variedades, en las especies frutícolas más dinámicas vamos siempre atrasados de noticias; tampoco se sabe a ciencia cierta cuántos productores de fruta hay en el país (el último dato es de 1996); ni cuántos productores están conectados a la cadena exportadora; ni cuántos proveedores tiene cada una de las grandes exportadoras multinacionales o qué proporción de la fruta que exporta cada una de las grandes empresas proviene de sus propias plantaciones. Suma y sigue: no hay datos sobre los agricultores que no logran cumplir con las calidades o estándares para exportar; ni del porcentaje de la fruta producida queda en el mercado interno; cuáles son las principales limitaciones y riesgos que enfrentan los productores que no son ni tan chicos como para ser atendidos por Indap, ni tan grandes como para no necesitar apoyo crediticio ni de otro tipo; ni tampoco sobre cuánta renovación de variedades está ocurriendo, cuánto es el empleo de mano de obra permanente en el sector y su instrucción. En fin, para qué seguir. Es más fácil escribir una columna diciendo todo lo que no sabemos del sector a relatar cuánto sabemos. Alguno podrá rebatirme y decir: ¡Así y todo somos los reyes de la fruticultura de exportación en el hemisferio sur!, pero como dice el refrán popular... camarón que se duerme se lo lleva la corriente. Eugenia Muchnik.
Fuente: www.chilepotenciaalimentaria.cl
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